miércoles, 8 de febrero de 2017

DEPRESIÓN, ANSIEDAD Y RENDIMIENTO ACADÉMICO EN ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS.


La existencia del ser humano ha llevado consigo emociones, sentimientos y estados de ánimo que lo abarcan y lo conducen hacia la plenitud, el hundimiento e incluso al rescate de sí mismo. De los síntomas anímicos más importantes en los últimos tiempos, debido a las consecuencias y sus efectos, así como a su acrecentado padecimiento, son, por un lado, la ansiedad y, por otro, lo que se ha denominado depresión.
Después de las enfermedades cardiacas, las depresiones representan en la actualidad la mayor carga de salud, con sus implicaciones económicas, políticas, y familiares principalmente.

En una encuesta internacional de epidemiología, realizada por la Organización Mundial de la Salud, se encontró que la prevalencia de la depresión mayor durante el periodo de vida de una persona es de 16.9% y 8.1%, en Estados Unidos y México, respectivamente (Andrade, CaraveoAnduaga, Berglund, Bijl, De Graaf, Vollebergh, Dragomirecka, Kohn, Keller, Kessler, Kawakami, Kiliç, Offord, Ustun y Wittchen, 2003).

En ambos países, los trastornos de ansiedad son comunes y se relacionan frecuentemente con la depresión (Andrade et al., 2003; Slone, Norris, Murphy, Baker, Perilla, Díaz, Rodríguez, Gutiérrez, Rodríguez, 2006). Los trastornos del estado de ánimo se encuentran entre las principales causas de incapacidad en el ámbito mundial y son responsables además de un significante agobio personal, así como también de un alto costo en la salud pública (López, Mathers, Ezzati, Jamison y Murray, 2006). Por ejemplo, se espera que para 2020 la depresión mayor llegue a ser la segunda causa de incapacidad de cualquier condición médica. Los trastornos relacionados con depresión y ansiedad son comunes en Estados Unidos y México, y exigen un gasto considerable. “Dado que la ansiedad psíquica y somática es el tercer síntoma por orden de frecuencia en la depresión, no debe sorprender que sea también la causa de dificultad diagnóstica en edades en las que ansiedad y depresión puedan eventualmente coexistir” (Vallejo y Gastó, 1990: 57).

En ciertos casos, la ansiedad y la depresión constituyen síndromes puros, pero frecuentemente se solapan, de tal forma que en la práctica no es extraño observar depresiones con una gran carga de ansiedad o cuadros de angustia empañados con sintomatología depresiva. “El humor depresivo no es raro en los estados de ansiedad y los síntomas ansiosos contaminan los cuadros depresivos. Concretamente, según Hamilton (1960), 95% de depresivos presentan síntomas psíquicos de ansiedad, y 85% aquejan síntomas somáticos. Por el contrario, 80% de ansiosos refieren humor depresivo” (Vallejo y Gastó, 1990: 498).

La depresión, en su sentido más común y más popular, es un síntoma anímico, aunque también puede ser un síndrome, es decir, un conjunto de síntomas aunados al del bajo estado de ánimo; los típicos síntomas acompañantes son insomnio, falta de apetito, pérdida de peso, etcétera; y en su sentido más restrictivo, “lo que entendemos como trastorno depresivo no es sólo un síndrome depresivo sino un cuadro clínico completo con una duración determinada, con un patrón de síntomas exigibles para su diagnóstico” (Ortiz, 1997: 142).

Las personas deprimidas, por ejemplo, atienden selectivamente y magnifican la información negativa, mientras que ignoran o minimizan la información positiva; los errores y fallos se personalizan y sus efectos negativos se exageran y sobregeneralizan. Por otra parte, la ansiedad se entiende como un estado emocional presente en todas las culturas, es decir, es una experiencia universal, “de ahí quizá su raíz biológica, aunque debe también añadirse que es relevante en determinadas dinámicas sociales generales y muy significativa en ciertas situaciones especificas” (Luengo, 2004: 30).

Queda, entonces, claro que la ansiedad supone la constatación de nuestra propia realidad, sin embargo, esta realidad se encuentra personalizada; “para algunos sujetos el desajuste se plantea respecto a lo novedoso; para otros se halla siempre presente, dudando y sufriendo de manera continua; finalmente, para otros el desajuste y la aparición ansiosa sólo tienen lugar ante la presencia de determinados elementos de la realidad (caso fóbico) que, de forma simbólica, parecen sintetizar esa amenaza vital de la que deben defenderse activamente” (Luengo, 2004: 103). Las estadísticas que muestra Luengo son alarmantes: En Estados Unidos, se ha considerado que cerca de 25% de la población ha experimentado a lo largo de su vida al menos un trastorno ansioso (porcentaje análogo al del abuso de sustancias). De los trastornos de ansiedad, el más usual es la fobia social, con 13% de casos. Existe una doble incidencia del trastorno en mujeres que en hombres (porcentaje análogo al del trastorno depresivo). La porción es de 3 a 1 en el caso del trastorno agorafóbico.

Se da una mayor tasa de ansiedad en niveles socioeconómicos bajos. La incidencia de los trastornos de ansiedad es más elevada en la adolescencia y la juventud que en la madurez. Las patologías más usuales encuentran su tasa más elevada entre los 20 y los 30 años. También Miguel-Tobal, en 1996 (cit. por Ortiz, 1997: 113), nos advierte que se calcula que entre 13% y 15% de la población padecerá algún trastorno de ansiedad a lo largo de su vida. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud estima que una cuarta parte de la población que acude a consulta solicitando asistencia médica presenta una sintomatología típicamente ansiosa. Mientras, en el rendimiento escolar, la importancia de los procesos motivadores ofrece pocas dudas debido a que, para que se realicen aprendizajes, resulta necesario contar con la participación activa del propio sujeto que aprende.

Se ha encontrado que los estudiantes con bajo rendimiento escolar son sujetos normales desde el punto de vista intelectual, pero que por diversas causas fallan en sus aprendizajes escolares. Específicamente, la eficiencia diaria en la escuela es inferior a lo que podría esperarse de su inteligencia. “De 35 a 70% de los niños y adolescentes que presentan rechazo escolar padecen simultáneamente trastornos afectivos y/o de ansiedad […] a mayor “escolarización” del cuadro, más probabilidades de que vaya acompañado por algún trastorno afectivo, especialmente en épocas prepuberales y puberales” (Vallejo, 1990: 605-609). La depresión y la ansiedad anteriormente se entendían como padecimientos exclusivamente psicológicos; ahora, se les relaciona con las manifestaciones o expresiones corporales, como síntomas del sistema anímico, o tal vez, ya no como enfermedades sino crisis… “La irrealidad de la persona deprimida se manifiesta claramente en el grado en que ha perdido contacto con su cuerpo” (Lowen, 2010: 19). Este autor comenta el caso de una de sus pacientes: la motivación inconsciente de que ella se operara los pechos era el deseo de suprimir toda sensación erótica de su cuerpo.

 Su cuerpo con sus deseos había sido la causa inicial de su desgracia y había continuado siendo una fuente de insatisfacción y frustración. Por otra parte, su mente era pura y su inteligencia viva y tenía un gran potencial creativo. ¡Qué tentador era olvidarse del cuerpo y vivir en la atmósfera limpia y etérea de la psique! Esta paciente no tenía una personalidad esquizoide ni esquizofrénica, y ese grado de disociación le resultaba imposible. Podía anular su cuerpo, pero no podía escapar de él. Uno de los debates más acalorados al día de hoy es si existe una depresión en singular o son las depresiones en plural. Teóricos con una gran experiencia clínica, como es el caso de Benzión Winograd, reconoce el fenómeno de la depresión como múltiple y la singularidad de cada caso. La problemática depresiva como campo vinculado a las vicisitudes del narcicismo, la relación con los ideales, las complejizaciones inconscientes, los procesos identificatorios y la modalidad de procesamiento de las pérdidas. “Estas operatorias se entenderán como fuera del campo de la consciencia, en el marco de una estructura psíquica que se puede llamar inconsciente ampliado” (Winograd, 2007). Busca respuestas variadas a problemáticas diversas. Tanto el ansioso como el depresivo presentan dificultades en su trabajo, con su rendimiento escolar, en su grupo social. Tienen pérdida de la capacidad de experimentar placer (intelectual, estético, alimentario o sexual). “El depresivo es un agobiado en busca de estímulo.

Un ansioso en busca de calma. Un insomne en busca de sueño” (Hornstein, cit. Por Lowen, 2010: 18). Hay una realidad innegable en la vida de toda persona y es su existencia física y corporal. Su ser, su individualidad, su personalidad están determinadas por su cuerpo. Nada existe separado de su cuerpo. El concepto de enfermedad mental es una ilusión. No existe perturbación mental que a la vez no lo sea física (Lowen, 2010). Así, el cuerpo tiene una función primordial en el estudio de la depresión o la ansiedad, ya que el pensamiento emana, pues, de la interacción de una carne subjetiva que dice yo y el mundo que la contiene, del gran juego de las pasiones corporales, el cual implica fuertes relaciones conflictivas: “La infancia, pero antes de ésta la prehistoria inconsciente, acumula informaciones como cargas eléctricas que establecen relaciones conflictivas” (Onfray, 2008: 71).