DEPRESIÓN, ANSIEDAD Y RENDIMIENTO
ACADÉMICO EN ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS.
La existencia del ser humano ha
llevado consigo emociones, sentimientos y estados de ánimo que lo abarcan y lo
conducen hacia la plenitud, el hundimiento e incluso al rescate de sí mismo. De
los síntomas anímicos más importantes en los últimos tiempos, debido a las
consecuencias y sus efectos, así como a su acrecentado padecimiento, son, por
un lado, la ansiedad y, por otro, lo que se ha denominado depresión.
Después de las enfermedades
cardiacas, las depresiones representan en la actualidad la mayor carga de
salud, con sus implicaciones económicas, políticas, y familiares
principalmente.
En una encuesta internacional de
epidemiología, realizada por la Organización Mundial de la Salud, se encontró
que la prevalencia de la depresión mayor durante el periodo de vida de una
persona es de 16.9% y 8.1%, en Estados Unidos y México, respectivamente
(Andrade, CaraveoAnduaga, Berglund, Bijl, De Graaf, Vollebergh, Dragomirecka,
Kohn, Keller, Kessler, Kawakami, Kiliç, Offord, Ustun y Wittchen, 2003).
En
ambos países, los trastornos de ansiedad son comunes y se relacionan
frecuentemente con la depresión (Andrade et al., 2003; Slone, Norris, Murphy,
Baker, Perilla, Díaz, Rodríguez, Gutiérrez, Rodríguez, 2006). Los trastornos
del estado de ánimo se encuentran entre las principales causas de incapacidad
en el ámbito mundial y son responsables además de un significante agobio
personal, así como también de un alto costo en la salud pública (López, Mathers,
Ezzati, Jamison y Murray, 2006). Por ejemplo, se espera que para 2020 la
depresión mayor llegue a ser la segunda causa de incapacidad de cualquier
condición médica. Los trastornos relacionados con depresión y ansiedad son
comunes en Estados Unidos y México, y exigen un gasto considerable. “Dado que
la ansiedad psíquica y somática es el tercer síntoma por orden de frecuencia en
la depresión, no debe sorprender que sea también la causa de dificultad
diagnóstica en edades en las que ansiedad y depresión puedan eventualmente
coexistir” (Vallejo y Gastó, 1990: 57).
En ciertos casos, la ansiedad y
la depresión constituyen síndromes puros, pero frecuentemente se solapan, de
tal forma que en la práctica no es extraño observar depresiones con una gran
carga de ansiedad o cuadros de angustia empañados con sintomatología depresiva.
“El humor depresivo no es raro en los estados de ansiedad y los síntomas
ansiosos contaminan los cuadros depresivos. Concretamente, según Hamilton
(1960), 95% de depresivos presentan síntomas psíquicos de ansiedad, y 85%
aquejan síntomas somáticos. Por el contrario, 80% de ansiosos refieren humor
depresivo” (Vallejo y Gastó, 1990: 498).
La depresión, en su sentido más
común y más popular, es un síntoma anímico, aunque también puede ser un
síndrome, es decir, un conjunto de síntomas aunados al del bajo estado de
ánimo; los típicos síntomas acompañantes son insomnio, falta de apetito,
pérdida de peso, etcétera; y en su sentido más restrictivo, “lo que entendemos
como trastorno depresivo no es sólo un síndrome depresivo sino un cuadro
clínico completo con una duración determinada, con un patrón de síntomas
exigibles para su diagnóstico” (Ortiz, 1997: 142).
Las personas deprimidas, por
ejemplo, atienden selectivamente y magnifican la información negativa, mientras
que ignoran o minimizan la información positiva; los errores y fallos se
personalizan y sus efectos negativos se exageran y sobregeneralizan. Por otra
parte, la ansiedad se entiende como un estado emocional presente en todas las
culturas, es decir, es una experiencia universal, “de ahí quizá su raíz
biológica, aunque debe también añadirse que es relevante en determinadas
dinámicas sociales generales y muy significativa en ciertas situaciones
especificas” (Luengo, 2004: 30).
Queda, entonces, claro que la
ansiedad supone la constatación de nuestra propia realidad, sin embargo, esta
realidad se encuentra personalizada; “para algunos sujetos el desajuste se
plantea respecto a lo novedoso; para otros se halla siempre presente, dudando y
sufriendo de manera continua; finalmente, para otros el desajuste y la
aparición ansiosa sólo tienen lugar ante la presencia de determinados elementos
de la realidad (caso fóbico) que, de forma simbólica, parecen sintetizar esa
amenaza vital de la que deben defenderse activamente” (Luengo, 2004: 103). Las
estadísticas que muestra Luengo son alarmantes: En Estados Unidos, se ha
considerado que cerca de 25% de la población ha experimentado a lo largo de su
vida al menos un trastorno ansioso (porcentaje análogo al del abuso de
sustancias). De los trastornos de ansiedad, el más usual es la fobia social,
con 13% de casos. Existe una doble incidencia del trastorno en mujeres que en
hombres (porcentaje análogo al del trastorno depresivo). La porción es de 3 a 1
en el caso del trastorno agorafóbico.
Se da una mayor tasa de ansiedad
en niveles socioeconómicos bajos. La incidencia de los trastornos de ansiedad
es más elevada en la adolescencia y la juventud que en la madurez. Las
patologías más usuales encuentran su tasa más elevada entre los 20 y los 30
años. También Miguel-Tobal, en 1996 (cit. por Ortiz, 1997: 113), nos advierte
que se calcula que entre 13% y 15% de la población padecerá algún trastorno de
ansiedad a lo largo de su vida. En este sentido, la Organización Mundial de la
Salud estima que una cuarta parte de la población que acude a consulta
solicitando asistencia médica presenta una sintomatología típicamente ansiosa.
Mientras, en el rendimiento escolar, la importancia de los procesos motivadores
ofrece pocas dudas debido a que, para que se realicen aprendizajes, resulta
necesario contar con la participación activa del propio sujeto que aprende.
Se ha encontrado que los
estudiantes con bajo rendimiento escolar son sujetos normales desde el punto de
vista intelectual, pero que por diversas causas fallan en sus aprendizajes
escolares. Específicamente, la eficiencia diaria en la escuela es inferior a lo
que podría esperarse de su inteligencia. “De 35 a 70% de los niños y
adolescentes que presentan rechazo escolar padecen simultáneamente trastornos
afectivos y/o de ansiedad […] a mayor “escolarización” del cuadro, más
probabilidades de que vaya acompañado por algún trastorno afectivo,
especialmente en épocas prepuberales y puberales” (Vallejo, 1990: 605-609). La
depresión y la ansiedad anteriormente se entendían como padecimientos
exclusivamente psicológicos; ahora, se les relaciona con las manifestaciones o
expresiones corporales, como síntomas del sistema anímico, o tal vez, ya no
como enfermedades sino crisis… “La irrealidad de la persona deprimida se
manifiesta claramente en el grado en que ha perdido contacto con su cuerpo”
(Lowen, 2010: 19). Este autor comenta el caso de una de sus pacientes: la
motivación inconsciente de que ella se operara los pechos era el deseo de
suprimir toda sensación erótica de su cuerpo.
Su cuerpo con sus deseos había sido la causa inicial de su
desgracia y había continuado siendo una fuente de insatisfacción y frustración.
Por otra parte, su mente era pura y su inteligencia viva y tenía un gran
potencial creativo. ¡Qué tentador era olvidarse del cuerpo y vivir en la
atmósfera limpia y etérea de la psique! Esta paciente no tenía una personalidad
esquizoide ni esquizofrénica, y ese grado de disociación le resultaba
imposible. Podía anular su cuerpo, pero no podía escapar de él. Uno de los
debates más acalorados al día de hoy es si existe una depresión en singular o
son las depresiones en plural. Teóricos con una gran experiencia clínica, como
es el caso de Benzión Winograd, reconoce el fenómeno de la depresión como
múltiple y la singularidad de cada caso. La problemática depresiva como campo
vinculado a las vicisitudes del narcicismo, la relación con los ideales, las
complejizaciones inconscientes, los procesos identificatorios y la modalidad de
procesamiento de las pérdidas. “Estas operatorias se entenderán como fuera del
campo de la consciencia, en el marco de una
estructura psíquica que se puede llamar inconsciente ampliado” (Winograd,
2007). Busca respuestas variadas a problemáticas diversas. Tanto el ansioso
como el depresivo presentan dificultades en su trabajo, con su rendimiento
escolar, en su grupo social. Tienen pérdida de la capacidad de experimentar
placer (intelectual, estético, alimentario o sexual). “El depresivo es un agobiado
en busca de estímulo.
Un ansioso en busca de calma. Un insomne en busca de
sueño” (Hornstein, cit. Por Lowen, 2010: 18). Hay una realidad innegable en la
vida de toda persona y es su existencia física y corporal. Su ser, su
individualidad, su personalidad están determinadas por su cuerpo. Nada existe
separado de su cuerpo. El concepto de enfermedad mental es una ilusión. No
existe perturbación mental que a la vez no lo sea física (Lowen, 2010). Así, el
cuerpo tiene una función primordial en el estudio de la depresión o la
ansiedad, ya que el pensamiento emana, pues, de la interacción de una carne
subjetiva que dice yo y el mundo que la contiene, del gran juego de las
pasiones corporales, el cual implica fuertes relaciones conflictivas: “La
infancia, pero antes de ésta la prehistoria inconsciente, acumula informaciones
como cargas eléctricas que establecen relaciones conflictivas” (Onfray, 2008:
71).